Modestia y vanidad

(Extracto „Volviendo a diarios, 2016“)

Sevilla, 10 septiembre 2023

Ayer, tarde de jardín. Mi jardinero fiel—es así como le llamo—acudió con sus hijos.

Mientras arreglo una mesa y sillones de jardín, él se encarga de la bugambilia. Hay algo de presunción en este arbusto, como un anhelo constante de dar frutos y en su infructuosidad ofrece racimos pendulares de hojas carmín floreadas. Aquí la fruta puede ser espiritual: un canto a la belleza mediterránea. El sol da de pleno y , por ello, cerca del gran arbusto planto flores blancas y azules, protegidas por pizarra. Espero que así germinen olas de mar.

Yasín ha trasmitido toda su nobleza a sus hijos. Especialmente el varón lleva el ropaje interior de su padre. La hija trasmite la belleza natural y excelsa de quien tiene todo un potencial y aún no ha sido manchado por el miserable engreimiento del ego. Goza de esa edad infantil aún indemne a la conciencia. Le pregunto—Alia ¿has escrito algún cuento últimamente?—y ella sigue acariciando a la gatita Matu mientras, sin mirarme, esboza una frase que me resulta sumamente agradable de oír: —No, hace tiempo que no escribo ningún libro. Sólo estoy escribiendo en el diario—. Oigo esto de una niña de apenas once años y me embarga una sensación de disfrute por todo el cuerpo. Por un instante, todas las esperanzas en el ser humano son constatadas.

Me recordó una conferencia informal a la que acudí hace unas semanas en un barrio sirio de Berlín. Allí el conferenciante, un hombre joven, estudiante de ciencias del Quran en Egipto, se dirigía al auditorio desarrollando un tema referente a las cualidades de liderazgo que debe poseer un buen musulmán. En definitiva habló de cualidades del ser humano. Dijo que Allah había dotado de un don, una cualidad intrínseca, a cada ser humano y que, con frecuencia, el sufrimiento del individuo radicaba en olvidar dicha cualidad—o no descubrirla—en pos del esfuerzo por manejar otras herramientas que acababan por asegurar al individuo con las bridas del mundo de las formas, al que llaman maya comúnmente los hindúes. Pura ilusión. Mientras tanto se olvida o no cultiva lo que es evidente que le dignifica: su cualidad. El ponente invitó a que los oyentes—cada uno de ellos—pensaran sobre su cualidad. Entre los asistentes, todos hombres y mujeres jóvenes, con una máxima de unos treinta y cinco años los mayores, asistían tres chicos de unos ocho, quizás diez, años. Cuando la situación pintó oportuna, uno de ellos preguntó:—¿Y qué sucede cuando Allah en vez de darnos una cualidad única, nos ha dado dos?—.

Como Alia, la escritora de libros, el niño me recordó que existe una edad, o también un estado del ser, en que la frescura del corazón no atisba modestia donde tampoco reside vanidad. Ambas características de la personalidad visten, cuando no disfrazan, al hombre con un semblante tan útil como cobarde, permitiéndole así la sensación de pervivencia. Sin embargo, cuando llega la brisa fresca del Jardín, el ser se dirige hacia ese verdadero trozo de tierra nutricia al que pertenece. Desde allí la fuerza de su savia no conlleva intención de supervivencia ni goce egoico, sino Destino.

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com

Subir ↑