Volviendo a Diarios 2016

Sevilla, 10 abril 2022

(Extracto del Libro “Volviendo a Diarios, 2016”)

Lecturas sincrónicas, no premeditadas. “La extraña” de Sandor Marais y La Huída hacia Dios, un epílogo de Stephan Zweig al drama inacabado de Lev Tolstoi “Y la luz brilla en las tinieblas”. En ambos, el vacío de una existencia civilizada. Tanto Marais como Tolstoi indagan en el agujero que empuja al Todo mientras se avanza regido por una suerte de locura o, al menos, sin razón.

En la novela de Marais, Vícktor Askenazi no solo abandona su encorsetada vida burguesa sino que da la espalda también a su amante, para proseguir en la marea envolvente de un agujero mortal que le invita—qué paradoja—a la vida. Un hombre, excitado por fin de forma plena, como nadie imaginaría, capaz de percepciones alteradas de la conciencia que, de forma irremediable, le obligan a tomar senderos marítimos sobre playas salvajes y míticas, donde toda pregunta es necesaria y posible: desde interrogar sobre si el asunto es Dios, hasta conminarse a un asesinato, como sacrificio por Eros.

Tolstoi, por su parte, tras una vida literaria prolífica, motivo de inspiración para sus congéneres, siente el lastre por no vivir con esa pulsión única con la que enardeció la extensión de su obra literaria. La sombra de la impostura le persigue. Se obliga a sobreponerse al papel catártico y paliativo que sus escritos constituyeron para sus propias heridas y comprueba cómo, una y otra vez, la herida no cicatriza jamás. En su vejez patriarcal y con la cercanía de la muerte, decide dejarse llevar, más allá del acto burgués y de la seguridad de los gestos aprendidos como resguardo del frio y el hambre, al abandono de sí mismo. El último abandono antes de la verdadera partida.

Curioso que dichas obras hayan caído en mis manos casi al unísono. Ambas sugieren para los protagonistas un salto abismal. Ese acantilado hechizante, donde el vuelo mortal hacia el mar va abriendo las puertas de los significados innombrables, donde no existe lengua alguna como torpe herramienta que esclarezca el sentido de la vida, sino que el arrojado al mar se despoja de todas y cada una de las vestiduras fantasmáticas, de la impronta de la cultura y, finalmente, del pegajoso ropaje del ego. Detrás, suspendidas por el viento, quedan las razones, la ley y su norma jurídica y el peso de las costumbres.

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