Cuando un extraño llama a la puerta y al abrirla encuentras un paraguas descansando en el quicio de la misma, tómalo, ábrelo para abrigarte de la lluvia que cae en forma de sakina, y dirígete al río.
El río y el fluir por esta vida y el tránsito hacia la Otra. No hay átomo de bien o de mal que el agua no clarifique. Ya Sidharta aprendió el oficio de barquero al final de su vida, después de haber bebido de las cortesanas y encontrado al Buhda, primero fuera y luego dentro de sí mismo. Cruzaba transeúntes de una orilla a otra. Las aguas fluyen como la sangre, rumoreando etapas de la vida para quienes escuchan. En el rio , de igual manera, se dan cita todos los planos del amor. Desde la casada, que se la llevó al río creyendo que era mozuela, de los versos de Lorca; hasta el sentido espiritual del tránsito, de Sidharta. Pero, recuerda, si ves el paraguas apoyado en el quicio, no demores tu marcha hacia la orilla del río.
Comprobarás que el agua de lluvia que resbala sobre la lona del paraguas, goteará hasta perderse entre los cantos blancos, se filtrara y buscará el fluir. Las perderás de vista mientras recobras el sentido del oído oyendo el bramido del agua que cae de las montañas.
Adela esperaba al amante, que llegaba esquivando en la carretera los cantos afilados arrojados por el cambio de temperatura. La moto no es idónea en invierno, pero sí para cambiar de escena como una exhalación: de la calidez familiar a la aventura gozosa de una piel prohibida. En ese dia lluvioso aparca bajo el tejado y va al encuentro con ella. Los regalos mostrados son una seña de identidad que suaviza la verdadera intención del encuentro, que sólo ellos conocen. En este caso: pipas de girasol y piruletas de chocolate. Las cáscaras de las pipas revuelan por la habitación en un envite de la pasión. Caen en cámara lenta sobre el piso, como suelen caer en cámara lenta las hojas de avellano que tapizan el recorrido a la alcoba. Él exclama el nombre de ella en diminutivo – Adelita.
Queda el lecho, con sus signos, portador de significados. La cama es un barrizal desordenado donde cada pliegue de manta y sabana conserva aromas y, no pocas veces, barrunta un drama. Rehacer la cama es sólo un torpe intento de pasar un lienzo blanco donde ya se ha dibujado el cuadro que quedó irremediablemente impreso.
Él arranca la moto y se marcha. A la media hora de viaje por la oscuridad del asfalto, un conductor en dirección contraria es cegado por el foco luminoso de la moto, se cruzan y oye el motor suave como un capoteo en los oídos.
Media hora después, en la casa-alcoba vuelven a llamar a la puerta. La mujer abre -temerosa- como si hubiera cometido un crimen, con el rímel corrido en las profanadas mejillas mira a derecha e izquierda y no aparece nadie. No ve el paraguas que yace en el quicio derecho. La lluvia vuela delicada sobre el rostro y trae un aroma a madera. El río arrulla abajo tras el camino y el puente, con un sonido de octavas que explica la sencillez de la vida. La montaña contempla la escena.
No ve el paraguas. Vuelve a entrar y cierra la puerta. Esa noche el río seguiría aquietando ciervos solitarios. Aparecen y desaparecen como unicornios. Todo lo que sucedería después pertenece al mundo de los sueños.
Sevilla, 20 de Enero de 2018
Frente a esta «supervivencia perenne», frente a la insistencia de todo lo que es, de todo lo fijo y tenaz, viene la lluvia como un devenir transitorio, como un juego del instante. Y ni siquiera un paraguas puede ampararnos de las impredecibles interacciones con las que está tejida la urdimbre de lo que acaece. Sigo a la espera de nuevos relatos y así seguir hallando claros de bosque.
Maryam Ruiz
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Gracias, Maryam, por tu lectura y comentario. Sueles encontrar, sin duda, significados que intento esclarecer en los textos. La lectura completa al texto.
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