Cerrando círculos y el tiempo como fractal

Juan Salvador camina en pleno junio por las calles de Sevilla, buscando la redención tras una punta de calor de cuarenta y dos grados. Risas y griterío insulso de criaturitas – como diría un sevillanisimo- aún llegan en la noche, que no han tenido hoy más opción que atemperar la violencia que viene añadida con cada oleada de calor. Si no fuera por la calle mojada por el lipasan, por las terrazas y los camareros, cansados del calor y la gente calurosa, sirviendo cervezas, adónde iría a parar tanta irritación que colma el vaso.

Coincide éste junio de 2017 con el mes de ayuno de Ramadán. Paseando por la plaza de San Leandro, parece reconocer a un amigo de su juventud, Antonio Ventura, un enjuto y aún apuesto hombre de mediana edad de quien tuvo noticia de su conversión al islam allá por los años noventa.

Salvador viene de su baño de cerveza. Antonio, llamado desde entonces Abdullah, de su baño en el río del salat, que es cómo describen los musulmanes la sensación fresca en los ojos cuando se sumergen en la oración. Ambos, pues, se encontraban en un estado de relativo frescor.

Salvador conoce algunas costumbres de los musulmanes, o eso creé él, que tiene toda una experiencia con gente de ésta confesión como pacientes en su consulta y , por lo demás, sabe lo que todo el mundo, según informan los medios de comunicación. No obstante, es un hombre precavido, prefiere poner en cuarentena toda información periodística, médico a la antigua usanza como es él, prefiere escuchar en primera persona al paciente, que le describa los síntomas, que se desnude y se desprenda la sobaquina. Recuerda, lo mal que hablaban de Antonio los demás amigos antes y después de su conversión y, sin embargo, permanecía su mirada franca hacia el amigo, el cual desprendía un halo de caballerosidad y honestidad áun más marcado tras cambiarse el nombre y refrescarse a su manera.

Se reconocieron de inmediato, mostrando esa disposición emocional de quienes no tienen reproches. En estas amistades no media el tiempo lineal.

Se sentaron, como cae una breva al amarillear el verano, en la pila del pato, conocida fuente, sita en la plaza de San Leandro. Allí el calor, la amistad reencontrada y el chapoteo del chorro de agua hicieron el resto. La madrugada comenzó su ascenso caluroso y, como sevillanos, bien sabían que no habría camino de descenso que sorprendiera al alba. Mejor refugiarse en el frescor de la amistad. Los reencuentros son bucles circulares que cierran abalorios incompletos de momentos pasados. Con frecuencia, un acontecimiento se cierra años después, de forma espontánea dejando un dibujo rizado en nuestra mente, que va conjugándose con otros rizos, y otros. Cuando llega ese estado de no percepción lineal del tiempo, y por contra se muestra como un amplio circulo dibujado con fractales de microcírculos que representan los acontecimientos de nuestra vida, el eterno retorno se antoja cristalino. Según la experiencia de Salvador con pacientes neuróticos y algunos psicóticos, esta percepción suele ser curativa. Esa es la sensación que le da Antonio. Su presencia le permite cerrar bucles y conformar círculos y, ¡por qué no! el gran círculo de su vida. Si sigue así la madrugada y ese irresistible magnetismo de Antonio, puede que Salvador se convierta al Islam. Por momentos da vértigo pensar que la vida no es lo que era. Ahora resulta que la distancia no se mide en metros sino en Realidad y el tiempo no es tal sino Allah y el eterno retorno: ven alma sosegada y vuelve a Su Seno, dice un pasaje del Corán.
El médico recuerda pacientes antiguos, mientras escucha con atención las historias sevillanas narradas por el buen amigo.

Recuerda a una mujer deformada, con artritis reumática. La casa con olor a orín y polvo viejo, el pasillo que parecía cerrarse a medida que se acercaba a la habitación de la artrítica. Sus dedos sin guía, como un manojo de palos rotos. Tuvo su primer brote en la casa de un médico, esperando turno en la sala de espera. Acudió un vecino como un vendaval descompuesto diciéndole que el hijo de la señora había caído a un pozo. Tenía 5 años. Tuvo una mejoría del brote artrítico cuando viajando el un autobús rural se quedó por unos segundos atascado en la vía del tren. Recuerda el silbido del tren, como un preludio de la condena, marcado a fuego en su conducto auditivo. También recordaba el vaivén del autobús cuando el tren pasó rozando por las ventanillas traseras. Y los gritos despavoridos de ella misma.

Le contó a Salvador que soñaba con una mariposa que se posaba en la cortina y durante toda la consulta no dejaba de rememorar al hijito del pozo. Recuerda Salvador que pasaron pocas noches cuando él mismo comenzó a tener sueños de estar quemándose en un fuego y que de allí liberaba a una extraña mariposa para que alzara el vuelo al cielo sin techo. No tardó en volver a visitar a la enferma. Otra vez, los escalofríos recorriendo al espalda mientras recorría el pasillo y olía el orín. Y le habló de mariposas y de almas. Pasaron meses y la mujer se quedó estable, con un dolor que ya soportaba. El físico y el psiquico. Llegó un buen dia en el que refirió al doctor que su hijo bien se habría liberado del sufrimiento de ella. Salvador volvió sobre sus pies, atravesando el pasillo. Su espalda se movía cálida a cada paso, sin estremecimientos ni sensaciones de presencias. El pozo y la inconsciencia de la infancia del hijo toman otros matices en la mente madura y sufrida de ella.

Antonio, mientras, sigue refrescado la noche con un oleaje espiritual nada usual en el seno de la sevilla barroca. Una espiritualidad horizontal, sin cúpulas góticas ni gárgolas que tengan que asustar a nadie, con alfombras que miran a los rostros y son pisadas por futuras bodas y funerales. Una vida que fluye y nos la encontramos con la temperatura del aire y con los olores, una divinidad que viene de la mano física de un profeta y de su caminar honesto, que no urga entre celosías la intimidad de las casas. Antonio es el frescor de las calles estrechas del barrio viejo cuando la madrugada se engulle a sí misma.

Salvador retorna a casa. Renovado.

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