El farmacéutico escéptico y la modulación de la verdad

 

Escribí un texto hace menos de diez días inspirado por un recién conocido farmacéutico. Se trataba del post que dejé en un blog bastante pretencioso por mi parte: anursegura- escritor, a lo que le añado escritor-inshaallah, en honor a la posibilidad anhelada de que semejante autoproyección se ajuste a aquello que ha sido decretado para mí. Podría ser que mi proyección no de para algo más que lo que soy, médico y, a veces, dueño de un perro.
El medio amigo farmacéutico y yo, recién compartimos el entorno de Haro. Coincidimos en el intermedio del almuerzo, donde los aldeanos desde antaño proponen un receso del trabajo con queso, pan y vino tinto. El farmacéutico lleva años queriendo poner el candado a la botica y recorrer mundo husmeando caldos embriagantes siempre incapaces de superar al Rioja. En realidad huye, para encontrarse con su destino, tras un despecho conyugal.

Roberto Azofra pone el vino y finge enfadarse si uno cortésmente le rechaza la copa y le digo que prefiero beber un poco de zumo. Mi excelente excusa es que debo seguir pasando consulta. Estudió Farmacia en Oviedo. Es un escéptico redomado y yo, no es que rechace la beligerancia pero ante sus enconados ataques a todo lo que no sea el negocio de la farmacia y su sabiduría sobre caldos, prefiero mientras averiguar con qué contenidos escribe los espacios en blanco de su mente. No ceja, como buen macho alfa, en el intento de cubrir a la enfermera que suele acompañarme en los descansos. Cuando veo a alguien empeñado en atravesar paredes con el frontal de la cabeza suelo apartarme lo suficiente para que no me salpique la sangre, ni los escombros. Entrar en polémicas es de mal gusto.

Escribí aquello inspirado en él, para quien quiera leerlo, o mejor, para quien se sorprenda a sí mismo leyéndolo. Si no lo lee Roberto, eso carece de la menor importancia. Siempre existe un semejante que leerá casualmente el texto dedicado a él, lector escéptico sin nombre propio, que se tragará un sapo sin saberlo. Con suerte se convertirá en príncipe.

El texto ha traído cola. No es que haya provocado revuelo, pero reconozco que soy muy novelero, la víspera de reyes me hiperexcitaba y admito que aún me ocurre. Lo que sí ha dado lugar es un estado de estanbai extraordinario: se sucedían imágenes y conceptos abstractos en mi mente, procedente de recuerdos dormidos, todos precipitados por el intento creativo. Las palabras hoscas devenían en dorados pensamientos que mentalizaban, a cada lector a su manera, cual cuencos cuya concavidad se hubiese fabricado para cada cual de forma singular y única. Así, más de un querido lector,  indagó sobre el ensalmo que recibió Cayetano al oido. (El médico que le susurraba a Cayetano). Cada cual se lo ha imaginado a su manera y ha completado el texto en su mente. Unos han percibido de forma simultanea la toma del remedio homeopático, para otros -quizás los más cientifistas- aquello pasó desapercibido.

Se escribe con recuerdos conscientes y también con los inconscientes. Así se narra la historia de una porción de tu vida y la narración va adquiriendo vida propia de nuevo, con tan portentosa recreación que puede soslayar la verdad. Pero ¿no era verdad lo que se dibujó en mi mente: mi perro Cayetano en el terrazo sobre su propio sudor? Hubo una intersección neuronal que deseó a ultranza la victoria del método homeopático, que se expresara sensato y lógico, así pues un animal que acabó curándose de hepatitis con China officinalis debía presentar algún síntoma primordial de la patogenesia de China: se agrava tras sudoración profusa. Sin embargo, como me refirió en privado el detectivesco y paternal médico homeópata Samuel Romario, los perros no sudan por la piel, sino por la lengua. Por tanto, tú nunca has tenido un perro y el relato es pura ficción. No, señor Romario, me traicionó el conflicto de interés y el recuerdo trajo consigo un color especial, como le sucede a Sevilla con el color nombrado, abrillantado y renombrado por los sevillanos que se resisten a que se marchiten los geranios y dejen ese residuo de mantillo licuado sobre la pared encalada de sus patios.

Cuántas historias traumáticas me cuentan los pacientes y entonces juntamos las sillas y echamos mano a recrear una historia nueva. Donde antes hubo un golpe certero que señalaba la piel y una palabra que ungía aún mas el dolor, aparece un familiar antepasado andando desde Atapuerca, explicando por qué levantó la mano contra su semejante, como un engrama que permitió tu futura llegada a éste mundo. Entonces, silla con silla, reiniciamos otro discurso, dónde la piel restaña, donde se modula la íntima conexión neuronal del suceso trágico. Suele suceder que el último dia de consulta, el paciente se marcha contándome una historia (¿falsa?) sosegada y nueva, capaz de tender un puente desde su pasado a los tiempos venideros.

4 comentarios sobre “El farmacéutico escéptico y la modulación de la verdad

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  1. Que facilidad para escribir, muy bueno. Por cierto por mi experiencia en el trato con farmacéuticos por su cabeza solo suele pasar la avaricia y absolutamente nada más. Un abrazo

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